El pasado día 12 de septiembre murió en Texas el científico que revolucionó la Agricultura del siglo XX, Norman Borlaug.
Estaba convencido de que “no puede haber paz con estómagos vacíos”, y pregonaba que "hay que dar a la Agricultura prioridad de inversión sobre todos los demás sectores".
Fue un agrónomo que, aunque una parte importante de su tiempo tuvo que dedicarla a luchar contra los intereses de los poderes establecidos, fue capaz de romper siglos de arcaicas costumbres y de desmontar los hábitos y supersticiones que encontraba en muchos de los países subdesarrollados en los que trabajó.
Se dedicó a buscar variedades de cereales resistentes a enfermedades que, con poca agua, con pocos productos químicos y que, con un ciclo corto, tuviesen alto rendimiento y alta calidad industrial. Sus trabajos proporcionaron autosuficiencia alimentaria a países de Latinoamérica y Asia, dando lugar a la denominada Revolución Verde.
Gracias a sus investigaciones, la producción mundial de grano pasó de 692 a 1.900 millones de toneladas, con tan solo un incremento del 2% de la superficie dedicada al cultivo, lo que permitió salvar de la muerte por hambruna a 240 millones de personas y, al mismo tiempo, sirvieron para que no fuese necesario destruir bosques para ganar tierra al hambre. Y es que, para Borlaug, Agricultura y Medio ambiente se tenían que conjugar simultáneamente.
Sus sesenta años de fecunda y extraordinaria labor le fueron reconocidos con la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1970.
Recientemente, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), ha dejado perfectamente claro que la Agricultura está en el centro de los tres grandes retos a los que se enfrentará el Planeta en los próximos años: el alimentario, el medioambiental y el energético.
Los trabajos de Borlaug y las conclusiones de la cumbre de la FAO deberían hacer al Gobierno regional no sólo confiar en el futuro de nuestra agricultura, sino que tendría que darle una destacada prioridad. Sin embargo, inexplicablemente, se dedica a aplaudir medidas como la nueva OCM del vino o el Plan Especial del Alto Guadiana, que suponen una clara reducción de la superficie de cultivo y una grave caída de los rendimientos, mermando, consecuentemente, la importancia del sector agrario de Castilla-La Mancha.
Nuestra agricultura necesita atención, no sólo para dar alimento y energía a una población en continuo crecimiento, sino también para preservar nuestro medio ambiente, ya que, de lo contrario, Castilla-La Mancha se convertiría en un erial.
El problema que tenemos en nuestra región es que ni los trabajos de un indiscutible premio Nobel, ni las opiniones de un organismo con el prestigio de la FAO, convencen a Barreda que, para desgracia de los castellano-manchegos, en vez de darle prioridad a la agricultura, lo único que le entra en la cabeza es arrancar viñas y dejar de secano la zona más rica que tenemos en el Alto Guadiana. Así nos va.